

Monte Aimond (Frontera con Chile-Argentina)
Los carabineros después de controlar toda la documentación personal y de mi camioneta, permitieron continuar mi viaje. Mi trayecto había comenzado en Comodoro Rivadavia y me dirigía a Río Grande, en la Isla de Tierra del Fuego, Argentina. Para llegar a esa ciudad debía recorrer aproximadamente 350 km, por caminos solitarios con trechos de tierra y pedregullo, por el invierno crudo y frio encontraría nieve en algunas partes.
Debería cruzar indefectiblemente el Estrecho de Magallanes.
El viento patagónico penetrante no paraba de soplar, parecía furioso.
Yo tenía urgencia en llegar, en aquellos momentos me desempeñaba como especialista en trépanos de perforación de pozos de petróleo.
Mi trabajo era lo más importante sobre todas las cosas.
Mi alma estaba dormida desde hacia tiempo, quizás sin vida, la última mujer que había amado, se había cansado de mis ausencias repetidas y prolongadas.
Muchas veces pasaba meses sin visitarla, un día ella decidió no esperar más.
Y así darle un final a mis continuas promesas de casamiento.
¡Quizás no sería la mujer que yo buscaba en el interior más profundo de mi ser!
En esos tiempos viajaba de un pozo a otro quizás parecía un beduino que se desplazaba por los distintos caminos de la Patagonia.
Este viaje como tantos que hacía habitualmente, sería distinto a todos.
Estrecho de Magallanes
Este Estrecho une el océano Atlántico con el océano Pacifico, además divide a los países de Argentina y Chile. (Para cruzar existe una barcaza/ferry)
La barcaza mencionada que debía cruzarnos, ya estaba llegando. Debería atracar en una rampa que permitiría subir a los pasajeros y vehículos que estábamos aguardando.
Habían pasado 30 minutos desde mi llegada al pequeño puerto. El lugar se conformaba con un caserío pequeño, con casas prefabricadas de madera típicas en el sur de Chile, en todas ellas se observaban chimeneas, sus humos dibujaban figuras extrañas en el aire.
Los motores de los vehículos permanecían encendidos, pues la temperatura en esos momentos era de aproximadamente -10 Grados C. por tal motivo no era prudente detenerlos.
Yo permanecía en el interior de la camioneta, mientras observaba a mí alrededor escuchaba la radio de Punta Arenas, cada 5 minutos informaba sobre las fuertes nevadas que estaban previstas para toda esta región. El reloj marcaba las 14 pm. Las nubes negras anunciaban mal tiempo.
De pronto todos los vehículos en fila comenzaron a moverse en forma lenta hacia la barcaza, pues habían comenzado las maniobras para bajar la compuerta que permitiría subir a todos los vehículos, poco a poco comenzaron, el chillar de los neumáticos se apreciaba cuando los vehículos resbalaban e intentaban avanzar hacia la cubierta.
Llego mi turno y rápidamente estacione donde el marinero encargado de las maniobras y estacionamiento de los vehículos me señalo.
Los automóviles y camiones que guardaban turno detrás de mí también subieron. En pocos minutos estábamos cruzando el estrecho, la barcaza ante tanta inmensidad y grandes olas parecía un barquillo de papel.
El paisaje era increíble, cielo azul, mar azul…, y sensación a lejanía…
Baje de la camioneta y me dirigí a la cabina interna de la barcaza, allí algunos fumaban, otros solo miraban el horizonte a través de los ojos de buey.
Yo en ese momento solo pensaba en llegar a la frontera Argentina antes que cayera la noche, no tenía mucho tiempo, a las 16 hs (En esa latitud a esa hora oscurece).
El tiempo paso rápidamente todos los pasajeros debíamos subir a los vehículos para desembarcar.
Las maniobras se repetían nuevamente, todos comenzamos a movernos. Ya habíamos llegado a la Isla de Tierra del Fuego. (Esta Isla la comparten Argentina y Chile) Cada vehículo se movía en fila para bajar a tierra.
Comenzamos a circular por la ruta también de tierra y pedregullo, todavía en territorio Chileno. Algunos salieron a gran velocidad, yo en cambio comencé a circular lentamente, en un momento detuve la marcha de la camioneta, en ese momento tome la decisión de conectar la doble tracción para tener más adherencia en el camino.
Debía llegar hasta la frontera Argentina/Chilena San Sebastián.
Mi vista estaba fija en el camino, algunos carteles me indicaban Yacimiento Cerro Redondo, a medida que pasaban los kilómetros, veía a lo lejos el horizonte y el cielo cada vez más negro, estaba seguro que en cualquier momento empezaría a nevar, el camino me llevaba hacia la posible tormenta quizás de nieve.
No me había equivocado en mi conclusión, no pasaron 10 minutos y ya comenzaba a nevar con tal intensidad que la preocupación me abordo rápidamente, la noche que aparecía y la nevada eran como hermanas, yo tenía prisa pero no podía apurar la marcha, cada minuto que pasaba parecía un siglo. Ya era tarde para regresar a un lugar seguro, continuaba mi marcha hasta que el viento, la nieve y la oscuridad empezaron a obstaculizar mi visión, pensaba en mi interior – ¿Qué hago, continuo? ¡No lo sabía! De pronto a lo lejos divise con dificultad una luz muy tenue, a medida que me acercaba se podía observar con más claridad, es un decir. ¿Por qué? ¡Era todo oscuridad! La intensidad de la tormenta era cada vez más fuerte, me hacia recodar al viento blanco de Mendoza. Faltaban pocos metros para llegar a ese lugar donde ya podía ver el farol sostenido por un gran poste. En esos minutos, mi cabeza pensaba a mil y me preguntaba, ¿Paro en este lugar, sigo? Tome la decisión y detuve la marcha del vehículo, no podía avanzar y arriesgarme. Curioso mientras las escobillas del limpia parabrisas iban y venían, observe un cartel que estaba debajo del farol. Decía -Puesto de “La estancia El Cerro”.
Por suerte la tranquera estaba abierta, solo debía pasar el guarda ganado y avanzar, no lo dude y empecé a entrarme en el camino, no se veía, pero la huella me conduciría al puesto.
¿Me pregunte? -¿Seria seguro?- No tenia alternativa. Avance con mucha dificultad, la camioneta zigzagueaba, pero avanzaba. Hasta que en ese preciso instante, llegue al final del camino.
Las luces de la camioneta alumbraban hacia la casa, en ella se podía apreciar la puerta de entrada y dos ventanales.
Detrás de una de las ventanas pude observar dos personas atentas a mis movimientos.
Fue así que decidí parar el motor, apagar las luces, bajar de la camioneta.
Baje y fui caminando lentamente en dirección a la puerta de entrada, en ese momento percibía que se abría la ventana y me gritaban con una voz fuerte y clara; ¡Alto! – ¡No pase! – Yo en forma muy cortes respondí – Buenas noches – Me permiten pasar – Desde el interior me gritaron -¿Quién es Ud.? – Mi nombre es Facundo -respondí; ¿Qué necesita? – (En ese momento pude apreciar que la voz era de una mujer mayor)- ¡Señora! … Me dirigía a Rio Grande y la ruta se puso imposible, así que decidí desviarme del camino y entrar a su estancia.
Mientras tanto el viento y la nieve pegaban en mi cuerpo.
La Señora me contesto – Bueno pase forastero – En ese momento continúe avanzando hacia la puerta, mientras al mismo tiempo abrían la puerta salía velozmente desde el interior un perro grande, él venía directo a mí, pero en ese preciso instante le gritan – ¡Luka! -Quédate quieto ahí. Respiré, quizás ya me imaginaba al feroz perro atacándome… En ese momento decidí avanzar nuevamente, hasta que llegue y puede entrar, el perro seguía como pegado a mí, me olfateaba y desconfiaba al mismo tiempo, él era un perro ovejero típico de estas estancias patagónicas.
Yo le repetí nuevamente, mire señora mi nombre es Facundo – Bueno, ya me lo dijo – Me respondió la señora – ya con un tono más amigable – Mientras ella se presento – Yo soy Antonia- En ese preciso instante pude observar de reojo y la derecha de la entrada a otra mujer que salía y se acercaba lentamente a mí, como queriendo presentarse.
Antonia, dice – Ella es mi sobrina, María – Pase, esta es su casa.
Ya en ese momento me sentía un poco mejor…,
“Era lógico tanta desconfianza que manifestaban estas mujeres”.
Antonia me dice – Quítese la campera – Mientras la otra mujer de aproximadamente 35 años me miraba atentamente y sonreía. Pasaron unos minutos y ya estaba sentado en la mesa preparado para cenar, de forastero, ya era comensal.
Un hombre y dos mujeres una mayor y la otra realmente bella, rubia, sus ojos color canela, su sonrisa amplia dulce, quizás como la de un ángel.
El aroma a sopa casera ya me había despertado el apetito, pan casero, vino, todo era increíble…
Mientras cenábamos, Antonia me contaba de su marido que estaría llegando desde Punta Arenas a la mañana siguiente, él había ido a esa ciudad a comprar unos repuestos para el grupo electrógeno, María, comenzó a conversar en forma fluida y fue ahí que me percibí que ella era de Santiago de Chile y estaba de visita por estas tierras.
Las miradas entre María y yo se hacían cada vez más penetrantes, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo.
Antonia hablaba pero yo en realidad no la escuchaba.
Llego el tiempo del postre, torta de chocolate recubierta con crema.
Café y un licor de ciruelas.
En la sobremesa Antonia, nos dice – Buenas noches – ya mis ojos se estaban cerrando – Y Antonia termina diciendo – María le indicará el cuarto donde dormir – hasta mañana Facundo – Yo le devolví el saludo muy atentamente y le agradecí su hospitalidad.
María rápidamente comenzó a levantar de la mesa toda la vajilla y las copas, yo no dude ni un segundo en ayudarle en la tarea.
Una vez que terminamos, María me dice – vamos a sentarnos en el sillón, allí donde está la salamandra.
No dude, en aceptar la invitación. María comenzó a caminar lentamente hacia el lugar donde se ubicaba la salamandra, yo seguía sus pasos y con mi mirada observaba sus movimientos sensuales de su cadera, segundos pasaron y estábamos sentados en ese sillón de dos cuerpos, la salamandra parecía ser como un volcán en actividad, crujía, rechinaba y se devoraba al fuego…
De pronto María se acerco lentamente y me beso mágicamente y como en un sueño…
“En ese dulce e inolvidable momento una violenta explosión invade todo mi ser”.
Señor, señor, quédese tranquilo – ¿Dónde estoy? – Tranquilo, está en la sala de primeros auxilios de nuestra empresa – ¿Dónde? – Aquí en Cerro Redondo – ¿María dónde está? – ¿Qué María?- Amigo – usted fue rescatado esta mañana, su camioneta estaba en un costado del camino.
Usted paso toda la noche atrapado en la nieve con su camioneta, casi muere congelado por el intenso frio. -¡No! – Yo estuve en la Estancia El Cerro con Antonia y María – ¿Dónde?- Pregunta el enfermero – ¡No existe ninguna Estancia! Con ese nombre por estos paramos.
¿Me puedo ir? Le pregunté – Él me respondió – ¡Si, por la tarde! Cuando el médico lo autorice.
Pasaron las horas, el médico me había dado el alta.
Salí rápidamente del lugar en busca de mi camioneta, estaba estacionada al costado del edificio, por suerte en perfecto estado.
Tenía prisa por volver a ese lugar.
Tarde pocos segundos para comenzar a transitar la ruta, mi locura era volver a la Estancia para encontrar a María.
Los kilómetros iban pasando rápidamente.
Hasta que llegue al lugar que suponía era la entrada a la Estancia El Cerro.
Había disminuido la velocidad de mi camioneta y observaba expectante el lugar.
La Estancia no aparecía, no podía encontrar la entrada hacia esa Estancia.
Regrese por el camino en dirección contraria, confundido, no entendía que me había sucedido.
Ese trayecto de ida y vuelta lo realice varias veces, sin ningún resultado positivo.
Todo se había desvanecido en el tiempo…
La noche llegaba nuevamente y la radio de Punta Arenas cada 5 minutos informaba sobre las fuertes nevadas que estaban previstas para toda esta región.
La noche llegaría pero sin María…